(Década 1990-1999)
Fogata de campamento, tropero antiguo |
Las hay de todos
los tamaños y formas. Tienen un gran simbolismo de unión y hermandad para el
escultismo, y aunque ahora se desalienta a hacerlas por aquello de la
contaminación, difícilmente se pueda prescindir del calor y presencia de las
fogatas en los grandes momentos.
En el año de 1995,
un gran amigo y figura reconocida por su carisma y don de gentes, Juan Ramón
Vera Triay, asumió la presidencia de la Provincia Yucatán. “Juanra” invitó a mi
grupo a apoyarlo en la realización de la fogata que enmarcaría el evento.
Cuando se definió
el lugar en el que se realizaría, por obvias razones casi se cancela la idea de
incluir fuego. El Polifórum Zamná, parte del complejo deportivo Kukulkán, es una
estructura grande, techada y contaba en ese entonces, con suelo de cemento.
Nos plantearon la
alternativa de un fuego simbólico, pero eso sería casi una antorcha en lugar de
una fogata, así que pusimos manos a la obra para hacer algo digno y solucionar
los inconvenientes del lugar.
Lo primero fue aislar
el suelo para evitar su deterioro. Una plataforma bastante generosa de piedras
y lodo cumplieron ese cometido. Lo siguiente fue procurar mantener la fogata en
un foco central sin desplomarse, para lo cual se puso a modo de pantalla, una
barrera con troncos en forma de cono trunco invertido, la cual mantenía su
forma abrazada por aros de cabilla. A primera vista, parecía una corona, en
cuyo centro se construyó la pirámide de troncos usual.
El siguiente reto
era el que normalmente pasa por tu mente cuando estás a cargo del diseño de una
fogata ceremonial colectiva. ¿Cómo hacerla diferente? ¿Cómo lograr que su
encendido no sea como el de miles antes de hoy? Si no lo lográbamos, cuando
menos lo intentaríamos, ¡Claro que sí! Pero algo teníamos muy claro: el fuego debía
surcar el aire, y mientras más lejos fuera su origen, mejor.
1990, aniversario 52, Hacienda Thadzibichén |
El Polifórum es un
domo con un foro central circular y gradas perimetrales. Tiene una altura
considerable y en lo más alto del techo cuenta con una grúa o malacate para
izar lámparas o estructuras, así que contábamos con las condiciones para algo
especial. De las muchas alternativas que consideramos, la que ganó fue un
sistema que en pocas palabras subiría el fuego en diagonal hasta el techo y lo
bajaría a plomo sobre la fogata para encenderla. La estructura base que
instalamos para lograr esto, era un cable de acero que subía inclinado desde un
punto del círculo del escenario hasta la cúspide del techo, y bajaba también en
diagonal hasta el extremo contrario de su inicio.
Si el cable antes
descrito era la “carretera” en la que correría el fuego, el “automóvil” que lo
transportaría era un tubo galvanizado de aproximadamente un metro y medio de
largo y dos pulgadas de calibre, a través y a lo largo del cual corría el “cable-carretera”.
La energía para lograr que nuestro automóvil subiera por la pendiente y se
ubicara sobre la fogata, se
obtuvo uniendo este tubo-antorcha a un
contrapeso que lo arrastraría al bajar por el cable en la cuesta opuesta.
Este ingenio conseguía
situar el fuego a varias decenas de metros sobre el objetivo, inflamando otro dispositivo
suspendido en el punto más alto del recinto. Si todo salía bien, una bola de
fuego descendería verticalmente por un segundo cable para un espectacular final.
Una vez instalado
el circo, e innumerables pruebas después, le dimos el visto bueno, que no es lo
mismo a estar tranquilos ni confiados. Demasiadas cosas podrían fallar...
El día llegó, y
todos los grupos de Mérida fueron haciéndose presentes, y entonces nos dimos
cuenta que el evento se estaba grabando para transmitirlo en la televisora
local, en un programa llamado Tiempo Scout. ¡Nuestro éxito o fracaso quedaría
para la posteridad!
La ceremonia
protocolaria dio inicio. Alguna autoridad invitada encendió la antorcha, la
cual inició un suave, casi solemne ascenso para la percepción de los demás,
mientras para nosotros solo fue un largo y angustioso suplicio. El fuego se
comunicó en lo alto, y segundos después, en la penumbra y silencio más
expectante, se desplazó con un zumbido en caída libre, aterrizando e
incendiando la fogata como estaba planeado.
Como
reflejo de nuestro estado de ánimo, me quedo con la imagen del Guillo, que no
dejaba de brincar aliviado y emocionado. Habíamos cumplido con nuestra parte.
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