viernes, 15 de septiembre de 2017

PELEA DE MONOS


 
(Década 1970-1979)

 
En las plazas de desafíos y pistas de comandos no puede faltar, y solo hace falta una cuerda, dos árboles y dos individuos que quieran medir fuerza y maña.
 
 
El juego consiste en desplazarse los contrincantes con pies y manos desde los extremos opuestos de una cuerda horizontal tendida entre dos árboles, encontrarse en medio y lograr que solo uno permanezca ahí. No hay más.

 
 
Es fuerza por supuesto, pues hay quien ni siquiera logra llegar al enfrentamiento y se suelta antes, pero también habilidad, porque lograr que el otro se suelte depende de cómo y desde donde apliques la fuerza. Un truco común es tratar de colarte entre tu oponente y la cuerda, dejando que el peso de tu cuerpo le obligue a soltarse.

 
 
Casi siempre la refriega dura unos pocos segundos, pero a veces cuando hay condición física y equilibrio, se pone intenso y duradero. Pocas veces este balance se logra, pues es difícil que coincidan la maña y la fuerza en los que se enfrentan.

 
 
Por eso mismo es bueno contar con gemelos en una tropa… y nosotros contábamos con un par.
 

 
 En la quinta de Tanlum había numerosos lugares para realizarlo, pero uno de los favoritos era el tanque elevado que todavía hoy se conserva aledaño al casco, ideal porque tenía arboles en ambos extremos, y porque era un estrado natural para que la pelusa disfrutara del medio bárbaro espectáculo.
 
Se planeaba con anticipación para hacerlo cada vez más interesante, al grado que llegó a derramarse detergente y agua al suelo del tanque, claro que con muy mala leche, y ahora que caigo en la cuenta, con muy poca prudencia.
 
 
 
Ernesto y Eduardo Ricalde, ambos guías, mantenían una casi siempre cordial competencia, y en los juegos de contacto físico normalmente estaban en bandos opuestos. Cuando la pelea de monos iniciaba, la tropa se dividía en su apoyo, pues el resultado era impredecible.
 
  
El caso es que mientras ellos se surtían mameyazos alegremente, desarrollaban resistencia al dolor y aprendían a dar patadas y codazos sin que los viera el jefe, aunque suene contradictorio, también se estrechaban lazos fraternos y se formaban a los magníficos escultistas que estos amigos míos son hoy en día.
 
 
 

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